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Es difícil evitar hacer referencia al terremoto en los párrafos que continuan, y me imagino que éste será el común denominador de esta edición en Poder y Negocios. Desde la distancia y con mucha empatía estuve pensando en cómo abordar el acontecimiento y sus consecuencias desde un punto de vista constructivo, y se me vino a la mente exponer un interesante trabajo acerca de Innovación Social y Desarrollo Territorial realizado por un grupo de investigadores del centro de ‘Town and Country Planning’ de la Universidad.

La innovación social tradicionalmente entendida, como se puede evidenciar en distintas instancias a nivel consultivo, de políticas públicas, responsabilidad social u organizaciones no gubernamentales, gira en torno a la entrega de soluciones innovadoras orientadas a mejorar la calidad de vida de sectores desprotegidos, lo cual generalmente se operacionaliza a través del involucramiento de expertos (de buena voluntad) y/o estudiantes externos en problemáticas sociales de todo orden: agua, vivienda, alimentación, emprendimiento, educación, entre otras.

El trabajo al cual me refiero plantea la innovación social desde una perspectiva distinta, la cual recoge como punto de partida las iniciativas provenientes de movimientos emegentes en barrios expuestos a recomposición dinámica de su economía; las cuales lejos de la lógica de fortalecimiento económico tradicional (proyectos de renovación de gran escala, nuevos sistemas tecnológicos y otras instancias destinadas a incrementar la competividad de cierto territorio) se manifiestan desde la sociedad civil a través de acción coordinada y desarrollo orgánico. En otras palabras trae de vuelta la economía, tradicionalmente exógena y monolítica, al dominio y control de la vida social ordinaria, situándola como un conjunto de prácticas sociales particulares constituidas en instituciones y actividades que van desde la vida familiar y comunitaria hasta las normas internas de consumo y regulación social.

Esta visión de innovación social en parte rechaza el foco tradicional de aplicación de tecnología exógena orientada a solución de problemas de un territorio particular, situando en cambio la valorización y uso del conocimiento y los activos culturales de las comunidades para la continua reconfiguración de las relaciones sociales y el incremento de su propia resiliencia. Dicho de otra forma, la incorporación de ‘lo social’ a ‘la innovación’ y viceversa, lleva a que la innovación social deba ser entendida tanto a nivel de innovaciones en las relaciones sociales como en soluciones para la satisfacción de necesidades humanas. Ejemplos hay muchísimos, pero se me viene a la mente el caso de Emmsalo, una comunidad aislada al este de Helsinski en Finlandia (se pueden imaginar el clima y las dificultades de acceso) que reorganizó su economía y sus mecanismos de relación, sin mediación del gobierno central, a fin de poder acceder y dar uso a conectividad por fibra óptica.

Esta perspectiva más micro es la aboradada por este grupo de investigadores, donde eg. la comprensión del rol de agentes y procesos sociales innovadores permite explicar cómo ciertos desarrollos autónomos locales pueden combatir la pobreza y superar dificultades. En relación particular al caso del terremoto en Chile no estoy afirmando que las comunidades son responsables de la reconstrucción física de puentes y edificios, pero si pueden cumplir un rol relevante en cuanto a la generación de soluciones innovadoras desde valores y conocimientos arraigados en el territorio y la comunidad, sin esperar que el gobierno central les diga qué hacer y cómo.

Para esto no hay recetas, pero si lineamientos y recomendaciones generales que provienen desde el repensar la relación entre la innovación social, las economías comunitarias, el empoderamiento civil y las necesidades humanas. El transformar estos movimientos ‘invisibles’ en objetos de investigación y el potenciar el conocimiento, y autoconocimiento, de los proyectos y sujetos involucrados, puede llevar a las iniciativas de innovación social que se generan al interior de economías comunitarias, a convertirse en fuerzas transformadoras con potencial de superar con creces el impacto de programas centralizados o soluciones externas al grupo afectado.

Columna publicada previamente en la Revista Poder y Negocios

Big Green Challenge

Via NESTA

The Big Green Challenge is NESTA’s £1 million challenge prize designed to stimulate and support community-led responses to climate change.

Through the Big Green Challenge, we aim to uncover what support these communities need to transform their bright ideas into viable solutions that will improve all of our lives.

In early 2008, 355 groups came forward with a wide range of imaginative and practical ideas for reducing CO2 emissions in their communities.

We selected 100 of the most promising groups, who received support from the Big Green Challenge team to develop their ideas into detailed plans. From this group, we shortlisted ten finalists who are now putting their ideas into practice to compete for the £1 million prize.

Una Alternativa a Copenhagen

Pablo Munoz

Aprovechando la atención que ha generado la conferencia en Copenhagen, quiero abrir una arista interesante en la búsqueda de soluciones para el cambio climático. Mientras los asistentes a la cumbre climática discuten acerca de grandes lineamientos para reducir emisiones, una cantidad importante de comunidades han comenzado a empujar e implementar soluciones novedosas y de impacto concreto.

Si bien este fenómeno no es nuevo, el enfoque cambia cuando empieza a formar parte de iniciativas formales de reducción de emisiones con orientación a transformar ciudades en zonas neutrales. Es así como la Estrategia Nacional para el Clima y la Energía de UK ha incorporado deliberadamente la acción ciudadana como pieza clave para el cumplimiento de las ambiciosas metas de reducción; y no a través de campañas de conciencia sino financiando soluciones provenientes de la misma comunidad.

Recientemente lanzado, el ‘UK Low Carbon Transition Plan’ se ha expuesto como la respuesta más sistémica al cambio climático ofrecida por una economía desarrollada y, según fuentes locales, ha fijado un estándar de cara a las discusiones llevadas a cabo en Copenhagen hace algunas semanas.

En este contexto NESTA, la agencia nacional de innovación, ha lanzado por segundo año el Big Green Challenge, un concurso orientado a estimular y premiar con un millón de libras esterlinas las mejores respuestas de la comunidad al cambio climático. El 2008, 355 grupos participaron con ideas prácticas para la reducción de CO2 en sus propias comunidades, de esa lista, cien ideas se tranformaron en planes formales y diez proyectos fueron implementandos. En enero del 2010 se distribuirá el premio en función de la reducción efectiva alcanzada por cada comunidad durante el 2009.

En concreto diez comunidades trabajaron durante un año testeando ideas ortientadas a mejorar su calidad de vida. El resultado: impacto real y sostenible en reducción de emisiones y un portafolio de proyectos que, de ser exitosos, se pueden replicar a mayor escala.

La contribución de estas innovaciones bottom-up a la transición a la sustentabilidad es enorme dado que reduce emisiones de forma sostenida; las ideas, el conocimiento y los comportamientos provienen de la comunidad y se arraigan en sus rutinas, lo cual es clave para el éxito de cualquier iniciativa de estas características.

De los finalistas, quiero comentar dos proyectos que llamaron mi atención. El primero, Low Carbon West Oxford, se basa en la generación y venta de energía para el financiamiento de proyectos de reducción de emisiones. La energía es obtenida desde paneles solares instalados en negocios locales, turbinas de viento situados en colegios y micro sistemas de represas. Los recursos serán destinados a algunos de los 38 proyectos piloto que actualmente están siendo testeados por familias de West Oxford.

Y el segundo, Living Buildings en King Cross London, es un proyecto orientado la entrega de oportunidades (y espacios) para que jóvenes voluntarios desarrollen sus ideas en tres áreas específicas de solución: cultivo de alimentos, techos verdes biodiversos y micro-plantas de tratamiento de aguas. Lo interesante es que los espacios están delimitados a techos de oficinas, terrenos de colegios y otros espacios públicos de similar naturaleza en la zona de King Cross en Londres. Antes de poner sus ideas a trabajar, los jóvenes participantes son capacitados en cultivo orgánico, trabajo en equipo, temas medioambientales, compromiso comunitario y prácticas de reducción de emisiones; lo cual sin duda, incrementa las posibilidades de éxito y sustenabilidad de los proyectos desarrollados.

Una reflexión final, la comunidad no puede ser considerada y tratada como un actor pasivo, ni en el problema ambiental ni en otros que afectan nuestra vida. Sería interesante que los sectores público y privado reconsideraran el rol de estas innovaciones bottom-up y las comiencen a incoporar en sus planes formales de desarrollo.

Columna previamente publicada en Revista Poder y Negocios